miércoles, julio 25, 2007

Siempre fueron mejor pasos firmes en terrenos inestables que pasos inestables en terrenos firmes.

Caminas, con paso lento, dudoso, tu vista fija en tus pies, temblorosos, para esquivar cada charco de agua marrón que ha conformado la lluvia de esta madrugada, para evitar manchar tus zapatos negros que reflejan la luz grisacea que atraviesa las negras nubes de tormenta, que abrigan tus pequeños pies que dan fin a las piernas que levemente cubres con una falda oscura de ligero vuelo que es mecida caprichosamente por la fria brisa de esta tarde oscura de febrero. En tu pecho, el suave bordado de una camiseta volantina que gracil se adiera a las sinuosas formas de tu cintura para formar un todo con la falda deja entrever la livieza de un escote mentiroso, casi escondido por el que se desliza una lagrima tintada del negro rimmel de tus ojos marrones que descendió por tu mejilla dibujando el cruel sendero de la triste llegada de tus suaves manos enguantadas, que dudosas se posaron sobre el pomo de aquel oscuro portón rejado que daba paso al camino trazado por cientos de lápidas grisaceas alineadas friamente, y en aquel silencio, solo roto por el silbido tétrico del aire entre las piedras decidiste dar la vuelta sin pisar aquel terreno que albergaba los restos de cientos de vidas ya perdidas.

El giro hizo alzarse la falda en el aire que giró al compas de tus caderas, caminaste, pisando con fuerza, hundiendo el tacón en el barro, ensañandote en los charcos que deslustraron los zapatos y puntearon de marrón tus piernas, lanzaste los guantes para sentir entre tus dedos la fria brisa matinal y puesta la vista al frente, caminaste, segura, nada mas.